miércoles, 10 de junio de 2009

Signos y palabras

TEXTO COMPLEMENTARIO NO OBLIGATORIO PARA EL CURSO DE COMUNICACIÓN Y CRÍTICA

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Signos y palabras
Silvia Hopenhayn Para LA NACION
Miércoles 10 de junio de 2009 Publicado en edición impresa

La poesía siempre está al borde de decirlo todo, o por lo menos de atisbar un todo insondable. Como si los poetas pudieran tocar con las palabras algo constitutivo de lo humano que no se deja nombrar tan fácilmente. Este aspecto táctil de lo escrito los acerca a la pintura. Muchos han buscando algún secreto escondido entre el signo y el trazo, la línea y la mancha. Henri Michaux fue uno de ellos. Anduvo por los bordes: primero, en el lejano Oriente, viaje que volcó en su libro Un bárbaro en Asia , traducido por Borges en 1941; luego, el borde de adentro, lo que Michaux llamó el "lejano interior", tras su experiencia con las drogas, sobre todo la mescalina, que aparece en libros, como Miserable milagro o Infinito turbulento . Este tanteo vertiginoso tiene antecedentes ya en su primera obra publicada, Caso de locura circular (1923) y en otros textos, como Conocimiento por los abismos , La vida en los pliegues o Ailleurs ("por afuera").
Si bien no llegó a caerse, Michaux sufrió del "exilio de las palabras", al decir de Le Clézio. En realidad, buscaba desligar las palabras de su significado para rescatar el impulso verbal. Llegar a la abstracción total que, según él, constituía la velocidad. Por eso -de manera más solitaria y rabiosa que Apollinaire- fue arrimándose al ideograma, al pictograma, haciendo del signo una huella del deseo. "Signos/ signos no de techo, de túnica o palacio/ no de archivos ni enciclopedia del saber/ sí de torsión, de violencia, brusquedad/ de deseo cinético [Michaux]." Como Mallarmée, le interesaba no tanto describir las cosas, sino sus efectos. Atrapar al voleo el efecto de las palabras y plasmarlo. Claro que, para ello, las mismas palabras no le bastaban; era como si éstas no llegaran a tiempo. De allí su vuelco al trazo, primero ligado a la línea del alfabeto, luego indagando en figuras más recónditas, ciudades ocultas, animales por lo general monstruosos, pájaros, insectos o larvas. El mismo escribió: "El arte es lo que ayuda a salir de la inercia". Es interesante que su apego a cultores del surrealismo o su amistad con Paul Klee o De Chirico no lo asimilaran al movimiento artístico de la época. La obra de Michaux, en este sentido, es tan singular como aislada.
El libro-catálogo de la actual muestra Un diálogo de signos , en la galería La Ruche, que reúne la obra de León Ferrari con Henri Michaux, da cuenta de esta experiencia en los bordes. Apela al movimiento de las palabras, a la velocidad de la letra que se hace dibujo para liberarse de la convención. El diálogo que entablan Ferrari y Michaux es desfasado en el tiempo, pero ligado en el espacio. Como si entre ambos tejieran el enlace entre las palabras y el dibujo. Vale recordar el genial Cuadro escrito (1964), de Ferrari, en el que el artista describe la pintura que haría si supiera pintar, y todo el cuadro consta de palabras que revelan el carácter pictórico de la pintura que no está.
Quizá la apuesta mayor, el revés del signo sea, más que representar, hacer presente.

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