sábado, 30 de mayo de 2009

Facebook y "la amistad"

Este artículo es TEXTO COMPLEMENTARIO NO OBLIGATORIO para el curso de "Comunicación y Crítica".

En los tiempos de Facebook
Una amistad peculiar
Mori Ponsowy

LA NACION
Sábado 30 de mayo de 2009 Publicado en edición impresa

Hace algunos años, un amigo me regaló un libro cuyo título es igual al de esta nota. Aunque él y yo compartíamos el amor por la literatura, no creo que me haya dado el libro porque lo considerara una gran obra literaria sino, simplemente, por su nombre: "una amistad peculiar" era también el modo como nosotros nos referíamos a nuestra relación. No éramos novios ni amantes, pero nos sentíamos unidos por un lazo especialmente fuerte y nos parecía que la palabra "amigos" no bastaba para describirlo.
El libro es una rareza. El autor es Dirk Bogarde -el famoso protagonista de películas como El sirviente , Portero de noche y Muerte en Venecia - y está compuesto por las cincuenta y ocho cartas que él envió, entre marzo de 1967 y enero de 1970, a una mujer a quien nunca conoció personalmente. "Nunca nos vimos y nunca nos hablamos", escribe Bogarde en el prólogo. "Ni siquiera sé con certeza qué edad tenía." La amistad empezó cuando, en una peluquería de Nueva York, ella ojeaba una revista inglesa y, al toparse con una entrevista con Bogarde, notó que la casa en la que aparecía fotografiado era la misma en la que ella había vivido hasta que el inicio de la guerra, en 1939, la forzó a abandonar Inglaterra. El amor que había sentido por esa antigua casa de campo del siglo XIII, sumado a la sorpresa de que ahora su dueño fuera una estrella de cine, la impulsó a escribirle a Bogarde. El le respondió inmediatamente, lo que dio origen a una relación intensa y excepcional que duró hasta la muerte de ella, tres años después.
Me he acordado mucho de ese libro en los últimos tiempos, sobre todo cada vez que en mi casilla de correo aparece un mensaje nuevo, originado en Facebook, que dice "Fulano quiere agregarte a su lista de amigos". Al principio, me ponía muy contenta cada vez que me llegaba un mensajito así: ¿a quién no le gusta tener amigos? Me alegró encontrar amigas de infancia, enterarme de que mi primer novio me recuerda con cariño, y volver a tener contacto con compañeros de universidad a quienes les había perdido el rastro. Cada vez que confirmaba una "solicitud de amistad" o que alguien aceptaba mi propia solicitud, veía con orgullo crecer mi número de amigos. De los primeros tres o cuatro, pasé a tener unos cuarenta en una semana y luego, en cuestión de meses, alcancé a los ciento veinte. Toda una hazaña para una introvertida que, hasta entonces, había creído que podía contar a sus amigos con los dedos de una mano.
Las dudas empezaron cuando me llegaron las primeras solicitudes de amistad de personas a quienes no recordaba conocer. Entraba a sus "perfiles" para refrescar mi memoria y enterarme de quiénes eran, pero seguían resultándome extraños. Algunos de esos desconocidos tenían la gentileza de agregar algún pequeño texto a su solicitud, diciendo de dónde creían conocerme o por qué me escribían. Pero la mayoría de las solicitudes llegaban sin nada: apenas un nombre extraño de alguien que quería agregarme a su lista y que yo lo agregara a la mía. Yo no sabía si hacer clic en "Aceptar invitación" o en "Rechazar invitación". Me parecía que si los agregaba a mi lista, de alguna manera tergiversaba la realidad y desvirtuaba el estatus de los que ya formaban parte de ella. Pero, por otra parte: ¿por qué no aceptarlos si la amistad es algo noble? Finalmente, en la mayoría de los casos, optaba por hacerme la distraída y cerraba la ventana de Facebook, sin tomar ninguna decisión.
Aunque no sabemos nada sobre lo que decían las cartas de la señora X a Bogarde -salvo lo que podemos deducir al leer las respuestas de él- supongo que el primer mensaje que ella le envió diría algo más que "Quiero agregarte a mi lista de amigos". De hecho, al responder, él le agradece "su extensa y encantadora carta" y confiesa que se siente "fascinado y sorprendido" por lo que ella cuenta. Imagino que si la señora X no se hubiera tomado el trabajo de escribir una carta "encantadora", Bogarde jamás le habría contestado y nunca se habrían convertido en amigos, peculiares o no.
En sus primeras cartas, Bogarde habla de la casa y, sobre todo, del gran jardín. "Sí, el camino de los castaños todavía está ahí", escribe. "Hoy, una explosión de nardos y margaritas, miles y miles de ellos. ¿Fuiste tú quien plantó la lila blanca en el rincón fuera de la cocina?" Pero a medida que la amistad va creciendo, los temas pasan a ser más íntimos y, las cartas, cada vez más sustanciosas. El habla de cuánto le costó acostumbrarse a ser una estrella de cine; describe la falta de libertad, las complicaciones para salir a la calle, el desagrado que le producían las mujeres "histéricas" que se escondían en lugares insospechados con tal de verlo de cerca. Le transmite la impresión que le producen las ciudades que visita: Viena, París, Gammarth, Budapest. Le escribe sobre la gente con quien se topa en las fiestas (Los Beatles, John Gielgud, la reina de Inglaterra), los directores con los que trabaja, el modo en que lo afectan los personajes que interpreta. Hablando de Accident , dice: "Cuando terminó la película y Stephen tuvo que morir, digamos, porque no había lugar para él en mi vida, me sentí totalmente destrozado".
Bogarde y la señora X se hacen adictos a su correspondencia. Ella le escribe diariamente y, aunque él lo hace con menor frecuencia, los días en que no escribe una carta, al menos le envía una postal. Cuando ella se enferma, él le manda libros para que se entretenga en la clínica. El cariño que se tienen es tan sincero que ella quiere legarle un Modigliani, pero Bogarde lo rechaza con humor, alegando que no es lo suficientemente grande para su casa. No hay tema que dejen sin tocar, y si eligen el adjetivo "peculiar" para referirse a su amistad, es porque saben que la cercanía que han logrado crear no es frecuente.
Se me ocurre que, si decidiéramos hacer un continuo con los distintos tipos de amistad, en un extremo podríamos poner las amistades peculiares y, en el otro, las ordinarias. Las primeras se caracterizarían por la cercanía, el conocimiento y el amor entre los amigos, y las segundas, por la distancia, el desconocimiento mutuo y la falta de verdadero interés. Las amistades peculiares serían las que pasan pocas veces en la vida y, las otras, las que ocurren en cada esquina, las que mantenemos con quienes nos cruzamos en el ascensor y con todas aquellas personas que nos presentaron alguna vez, pero cuyos nombres no recordamos. Mi hipótesis es que casi todas las amistadas que se originan en Facebook pertenecen al segundo grupo... aunque, en realidad, si uno quisiera ser fiel al significado de las palabras y no someterlas al proceso de decoloración y banalización que supone su incorporación al léxico mediático, las ordinarias ni siquiera deberían ser consideradas amistades.
¿Qué es la amistad, sino una larga conversación sostenida a través del tiempo? Una conversación entre dos personas que se sienten queridas y comprendidas en su singularidad por el amigo. "No es que simplemente conteste tus cartas. Te escribo. Trato de conversar contigo", dice Bogarde. "Disfruto esta relación silenciosa, más de lo que puedo decirte. Pienso en ti muy seguido; debo decirle esto o aquello otro; contarle algo de lo que me enteré, o hablarle sobre una música que escuché..." Me pregunto: ¿cuánto diálogo, cuánta escucha, cuánto lugar para que cada individuo se manifieste en su propia singularidad hay en Facebook? A diferencia de los blogs, aquí la página de cada miembro se parece tremendamente a las páginas de todos los demás; cambian las fotos y los nombres, pero las variaciones que cada quien puede hacer en su propia página son estrechísimas. Facebook uniformiza a sus doscientos millones de usuarios. Los convierte en engranajes de un sistema que atenta contra la profundidad, la calidez y la originalidad.
"El libro de las caras": eso significa, literalmente, Facebook. Tergiversando una vez más el significado de las palabras, se trata de un libro que no es libro y que funciona más como álbum de figuritas que como ninguna otra cosa, pues su principal objetivo parece ser coleccionar, sumar caras o nombres a la lista, juntar "amigos" sin importar quiénes sean, ir llenando las páginas vacías del ciberespacio que nos ha sido asignado hasta tener más amigos de los que nos es posible recordar y, sobre todo, amar. "La Librería Sumsum quiere ser tu amigo"; "Súmate a la causa por Keké, el perro quemado vivo". Me encantan las librerías y los perros, pero, francamente, jamás le contaría mis problemas a una librería y, en cuanto al pobre animal y todos los otros pedidos de firmas que llegan diariamente, después de haber leído tantas veces acerca de organizaciones humanitarias que desviaban recursos hacia actividades inconfesables, prefiero documentarme bien antes de adherir a cualquier causa.
Toda la crítica anterior tiene que ver con el mal uso que hacemos -y nos vemos obligados a hacer- de las palabras. Si en vez de "amigo", Facebook empleara alguna otra palabra, las relaciones que propicia serían más claras. ¿Qué cosa quieren realmente las personas, los negocios y las causas que piden ser nuestros amigos en Facebook? Quieren nuestra atención; que sepamos que existen; que los miremos; que estemos de acuerdo con sus cruzadas. "Fulano quiere un pedazo de tu tiempo", sería la manera correcta de formularlo. O, mejor: "Fulano quiere que seas su cliente".
Supongo que casi todos queremos ser famosos, que nos quieran, tener al resto del mundo mirándonos embelesados. Esta es otra explicación para querer coleccionar amigos en Facebook: no se trataría sólo de juntar caras, sino de hacernos la ilusión de que somos amados por muchos otros. Amor peculiar, éste, que lo único que da y lo único que pide es unos segundos de atención: el tiempo que lleve hacer clic en "Aceptar". ¿Será que eso es lo único que estamos dispuestos a dar al prójimo en los tiempos que corren? Una especie de quid pro quo individualista, de "yo te miro y, a cambio, tú también me miras", mientras olvidamos convenientemente que no somos más que números, idénticos unos a otros, perdidos en la noche de la infinita y anónima comunidad virtual.

La ciudad extraña

Este artículo es TEXTO COMPLEMENTARIO NO OBLIGATORIO para el curso de "Comunicación y Crítica".

La ciudad extraña
Por César Hazaki

Revista Topía Nº 55 (actualmente en kioscos)

“A mi se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y como el aire.”
J. L. Borges

La Reina del Plata:
Las fundaciones de las ciudades tienen ese halo de misterio y magia. Mitos y leyendas que prevalecen sobre las razones históricas que llevaron a la constitución de una urbe. De esta manera se provee belleza y épica a los auténticos intereses del nacimiento de una ciudad. Pero la historia es más descarnada y sus verdades se suelen encontrar buceando en las fisuras de la historia oficial. Se trata de develar sentidos guiándose por indicios del pasado que inciden hoy.

Los orígenes del puerto y la ciudad:
La primera fundación de Buenos Aires: Pedro de Mendoza en el año 1536. Su nombre: Nuestra Señora del Buen Ayre, el mismo indica que pueblo y puerto eran una unidad. Es notable que la imponente expedición de Mendoza, con 1.500 hombres, termine en el hambre y con casos de antropofagia. Nadie sabrá las razones por las que los españoles no pescaron habiendo acampado a la vera del rio.
Juan de Garay, en 1580, con setenta hombres donde la mayoría eran mancebos (hijos de la poligámica relación entre españoles e indias) logra la segunda fundación de Bs. As. La ciudad será Santísima Trinidad y el puerto: Santa María de los Buenos Aires.
Es así como la Reina del Plata surge de las naves que iban en busca de otra cosa: una protección militar para la ruta marítima hacia el Cabo de Hornos, el oro y plata después del descubrimiento México y Perú, etc. Lo cierto es que: “Hasta la llegada de los españoles en la costa sur del río, donde está ahora Buenos Aires, y en sus inmediaciones, no había nadie”. (1).

El río y sus habitantes:
“Hay dos fundaciones de la ciudad…. Una es la de Sarmiento, Mármol de Amalia, y Echeverría de El matadero, que son como el momento de origen de la literatura argentina, que es: la ciudad de Buenos Aires ha sido ocupada por la barbarie y entonces la ciudad [verdadera] no es esa ciudad, presente, bárbara, sino es una ciudad futura, ausente, próxima, por construir, que en realidad es una ciudad extranjera” (2)
Se insiste en decir que Buenos Aires ha vivido de espaldas al río. En realidad fueron cambios ecológicos y políticos los que produjeron ese divorcio. Sus causas: a) la contaminación del río, b) el cierre del ramal de tren que recorría la costa, c) la pérdida de los grandes balnearios populares: Costanera Sur, El Ancla en Vicente López, el puerto de Olivos, el Águila, etc., que desaparecieron por desidia de las autoridades que abandonaron los espacios públicos frente al río -por lo que se convirtieron en zonas peligrosas y marginales- y el interés concreto de los habitantes pudientes de la zona norte para que Olivos, Accassuso, Becar, San Isidro no se vieran invadidos por sectores populares todos los fines de semana, para ellos este aluvión (3) afeaba y ponía en peligro sus residencias. Por si esto fuera poco las fuerzas de seguridad aprovecharon el golpe del año 1976 para apropiarse de grandes espacios de la costa de Vicente López y Olivos. Fue una política abandonar la costa para luego apropiarse de ella. También es cierto que siempre la ciudad le escapó a sus límites rellenando el río, es decir no le da la espalda sino que se lo devora transformándolo en edificios y calles.

De puerto abandonado al barrio exclusivo: Puerto Madero
La municipalidad Buenos Aires y su puerto tienen distintas jurisprudencia, dado que el puerto no es un barrio de Bs. As., por eso convertir a P. M. en parte de la misma es una tarea no sólo administrativo - técnica, sino de producción de símbolos, mitos, usos, costumbres, etc. En especial para que los habitantes de la urbe lo hagan propio.
La radical transformación de P. M., abandonado por la inauguración de Puerto Nuevo (1920), se inicia con la constitución de la sociedad anónima Corporación Puerto Madero en el año 1989, donde el gobierno nacional y la municipalidad de Buenos Aires son socios por partes iguales. Son sus objetivos: “Recuperar el rol económico y las actividades del Área Central. Revertir los déficits urbanos equilibrando espacios públicos y privados. Promover un acercamiento de la ciudad al río” (4).
En 1992 se conocen los resultados del concurso, cuya consecuencia es: una modernización exclusiva, futurística, hacia lo alto y con un estricto control social. Fue, entonces, el propio estado el que organizó la S. A. que comandará el monumental proyecto. Es así que, pese al desguace del estado, se gesta una sociedad anónima donde el propio estado se ponía al frente de un plan faraónico.
Hay que comprender que construir P. M. no sólo es un gran negocio, también el intento de establecer un paradigma arquitectónico, cultural y social. Proyecto que completaría hacia el sur, lo realizado en Catalinas Norte desde el Sheraton Hotel hacia el sur.
El mismo será central para todos los gobiernos que advendrán en la ciudad y la nación. Como consecuencia puede ser tomado como un extraordinario laboratorio para analizar a la ciudad del futuro y qué requerimientos corporales y subjetivos solicitará de sus habitantes, tanto en los espacios públicos como en los privados. Veremos en él cómo avanza el control social por medio de cámaras filmadores en el espacio público, también la ausencia de contacto social entre vecinos y paseantes y, para finalizar, la absorción y resignificación de la historia de luchadoras argentinas por los poderosos.

El paradigma de la ciudad extraña:
Sus torres de costos elevadísimos son un sector exclusivo de la ciudad, quienes pueden residirlo son personas de un alto nivel adquisitivo. Muchos de los pisos se hallan deshabitados. Si los poderosos de distintas partes del mundo ven allí grandes negocios, los políticos lo utilizan para mostrar la imagen de un país rico, llevado adelante por ellos, en el cual la sociedad debe mirarse.
La presidenta Cristina F. de Kichner, al lanzar el polémico proyecto del tren bala, dijo que éste sería como P. M.: “Los turistas de todo el mundo vienen a conocer P. M. El tren bala, en consecuencia, será lo mismo una extraordinaria modernización por la que el mundo nos mirará con respeto”.
Lo extraordinario de tomar a P. M. como el paradigma con el que la Argentina y su capital deben desarrollarse es postular una ciudad fantasma, extranjera, que realiza la ciudad de Sarmiento, Etcheverría y Mármol que hace peligrosos a quienes la visitan, de allí que se controle por vía tecnológica todas sus calles.
El paseante puede deambular por sus grandes calles desiertas pero lo más seguro es que no contacte con nadie. Si el espacio organiza el movimiento y la actitud de los cuerpos, las amplias calles de Madero están signadas por la ausencia de los mismos. Así, desde el poder, se empieza a utilizar un mito: por P. M. nos van a aceptar en el mundo, lugar donde no está ni la vida, ni la historia de la gran mayoría de los ciudadanos de Buenos Aires. A diferencia de Catalinas Norte, una concentración de grandes empresas, y por eso poblado por miles de personas que van cotidianamente a trabajar y con contradicciones de clase con las empresas que los contratan, P. M., es el asentamiento de rascacielos costosísimos de los que no sabe quién vive, propietarios o inquilinos que quieren permanecer en el anonimato.
En el recorrido de los edificios de Catalinas Norte, que tienen la clara marca de las multinacionales, ha los de P. M., que parecen circulaciones oscuras de dinero que requieren un lugar donde afincarse para clarearse al sol, se puede ver modificaciones en la manera en que el capitalismo modifica la ciudad.
Puerto Madero es un lugar dónde se radica el dinero y no la gente, en datos oficiales recabados en el 2001 y publicados en el 2005 habitaban P. M. 526 personas (243 mujeres y 283 varones). Al decir de Piglia el sueño de la ciudad futura, europea, que crece hacia las alturas.
Los modelos que la presidente propone para la ilusión del tren bala, son los de la ciudad excluyente y extraña, no sólo para los habitantes de Buenos Aires dado que los turistas que contratan hoteles de P. M. desde sus países de origen, les resulta tan expulsiva esa ciudad fastuosa y vacía que rápidamente cambian de hotel en busca de la Reina del Plata. Se dan cuenta que no está en P. Madero (es un secreto a voces que el hotel Faena no es rentable como tal. Su valor es ser el icono del proyecto general) (5).


La prefectura te mira:
Por si esto fuera poco la ciudad futura y extranjera propone un absoluto control de las personas por medio de un panóptico de veintitrés cámaras de filmación que controlan las calles durante las 24 horas. El edificio donde la prefectura montó la sede visible del más grande control social de la Argentina ha sido integrado al paisaje de los bares de P. M., invitando de esta manera a naturalizar la vigilancia. (6) Así el control social se hace espectáculo y, al mismo tiempo, prepara a los visitantes para aceptar ser cada vez más vigilados, controlados por medios electrónicos.
Si el transeúnte debe tomar “naturalmente” que se encuentra bajo vigilancia absoluta, el habitante de los pisos circulará por edificio en soledad, tratando de no cruzarse con nadie (siempre la inseguridad) y puede, por lo mismo, estar incorporándose bajo su piel un chips antisecuestro por el cuál puede ser seguido lo lleven donde lo lleven (7).

Mujeres con historia:
La municipalidad nunca tuvo bajo su jurisdicción a P.M., era puerto y no ciudad (como se ve Juan de Garay se impuso). Por ello no tiene historia, ni vida en la memoria de los habitantes de Bs. As. Por eso se debió realizar una operación para “generar un barrio”, tratar de asimilar la ciudad extraña a Bs. As., unirlas a un pasado común. Es ahí dónde entra en acción el Puente de la Mujer y los nombres de sus calles: todas mujeres por una ordenanza del año 2002.
Se intenta así se utiliza los planteos y desarrollos de género para tener genealogía, historia, prosapia. Las mujeres notables, de diversos sectores e ideologías, que son tomadas para denominar las calles son requeridas para darle consistencia a P. M., claro que muchas de ellas nada tienen que ver con lo que allí se levanta. Azucena Villaflor, Mimí Langer, Alicia Moreau de Justo, por ejemplo, son personas que vivieron en antagonismo con los poderosos que clarean sus dineros en P. M., para ellas no es reconocimiento que sus nombres queden adscriptos a tal operatoria.
Cabe preguntarse cómo es que nombres de grandes luchadoras de todos los tiempos denominen calles de P. M.? Creemos que dichos nombres en la “ciudad extraña” es una inteligente operación de recuperación de sentidos e historias de mujeres rebeldes e indómitas. Se trata de hacerlos funcionales a los sectores económicos que invierten en P. M., contra los que esas mujeres lucharon, dedicando su vida para modificar las injustas condiciones de pobreza. Se trata, ni más ni menos, que de darle un baño de argentinidad rápido y efectivo a lo que no la tiene.
Que la Presidenta de la Nación tome a P. M. como un ejemplo para sostener la ilusión del tren bala, demuestra la gran envergadura política, cultural y social que la ciudad extraña tiene.

Citas:

(1) Saer, Juan José. El río sin orillas, Editorial Seix Barral, Argentina, 1993.

(2) Ricardo Piglia en conversación con Sergio Waisman.

(3) El tema del aluvión es recurrente: descender de los barcos, país aluvional, el aluvión zoológico, etc.

(4) Como se ve, insiste en que la ciudad abandona la costa.

(5) Queda pendiente hacer un análisis exhaustivo de la imagen de Alan Faena.

(6) El cercado de todas las plazas de la ciudad es otra forma del mismo control social.

(7) Ver el film Casino Royale, allí a James Bond se le coloca este aparatito que emite señales a una central por vía de un satélite.

lunes, 11 de mayo de 2009

LEER

La siguiente nota no es TEXTO COMPLEMENTARIO OBLIGATORIO del curso anual 2009 de "Comunicación y crítica".

ENTREVISTA A LA SOCIOLOGA Y ANTROPOLOGA FRANCESA MICHÈLE PETIT
“Transmitir el hábito de la lectura es una tarea sutil”

La autora de Lecturas: del espacio íntimo al espacio público desconfía de ciertas políticas de promoción cultural. “El peligro de que las autoridades coincidan en este ‘hay que leer’ es que muchos chicos salgan corriendo a jugar a los videojuegos”, señala.
Por Silvina Friera
Página/12, 11 de mayo de 2009


En el colegio se aburría, en la universidad no lograba sentirse cómoda. La vida de la socióloga y antropóloga francesa Michèle Petit, tironeada entre el Pato Donald y Thomas Bernhard, es como una película filmada en los márgenes de la gran industria cinematográfica. En junio de 1940 un muchacho de dieciocho años, su padre, abandonó París justo cuando el ejército alemán invadía el norte del país. Durante su fuga, el padre conoció a un grupo de refugiados políticos españoles que huían del franquismo. Y aprendió y cantó las canciones de la República. La familiaridad con el español le facilitó que años después partiera rumbo a Colombia, con una hija de trece años, para dar clases de matemática en un centro universitario. Sus primeras exploraciones como lectora empezaron en una biblioteca, la de la Alianza Colombo-Francesa de Bogotá, en medio de las plantas tropicales. Los libros le permitían construirse a sí misma, le decían que no estaba loca ni era tan rara, que había otras maneras de vivir y de pensar. Después de tres años regresó con su familia a París. Otra vez al Liceo, al rebaño uniformado con las blusas de color beige, a la asfixia de las aulas. Mayo del ’68 la sorprendió deambulando por las calles, observando cómo la gente discutía a lo largo del boulevard Saint Michel. Por fin ocurría algo, el mundo parecía cambiar. Una pena de amor la excluyó de esa fiesta. Las carreras literarias eran para las jóvenes de la burguesía de alcurnia, pero Petit pertenecía a una clase media en ascenso que debía ser moderna y estudiar alguna carrera científica. Se anotó en Sociología como solución intermedia entre las letras y las ciencias. Pero la literatura la salvó. A los 22, decidió estudiar griego moderno. Y anduvo por España y Grecia, por México y Guatemala. Después de investigar las diásporas china y griega, en 1992 comenzó a trabajar el tema de la lectura y la relación de distintos sujetos, especialmente de ámbitos rurales o barrios marginales, con los libros.
Petit se siente como en casa en Buenos Aires, “ciudad de gigantes”, como la define en el prólogo de Lecturas: del espacio íntimo al espacio público (FCE), que visitó por primera vez en la Feria del Libro del 2000. El sábado cerró el II Encuentro Nacional de Bibliotecas Populares, organizado por la Conabip, ante más de 1100 bibliotecarios. Los ojos curiosamente insaciables de la antropóloga francesa están siempre en estado de alerta. Es una cazadora que no quiere que nada se escape de la telaraña envolvente que teje con su mirada. El color de sus ojos varía de acuerdo a cómo la ilumina la luz. Si es de frente, parecen verdes tirando a grises, si es de lejos o de forma oblicua, el color es miel o avellana. “Si hoy fuera adolescente, ante estos discursos que se repiten hasta el hartazgo de que ‘hay que leer’, creo que me iría a jugar a los videojuegos en vez de leer”, admite la antropóloga en la entrevista con Página/12 mientras camina por los pabellones de la Feria en busca de un café donde poder charlar un poco más tranquila.
–¿Por qué conviven de un modo un tanto esquizofrénico ese discurso imperativo, “hay que leer”, con la visión de que la lectura sigue siendo una actividad peligrosa o prohibida?
–Las generaciones anteriores, en muchas circunstancias, leían bajo las sábanas, con la lámpara iluminando apenas el libro, contra el mundo entero. Pero ahora la lectura aparece como una faena austera a la que uno debe someterse para satisfacer a los adultos. El peligro de que las autoridades políticas, educativas, maestros y padres coincidan en este “hay que leer” es que muchos chicos no quieran leer y salgan corriendo a jugar a los videojuegos. Poder transmitir el hábito de la lectura es una tarea muy sutil. A veces los discursos que hay en torno de la lectura tienen algo que va en contra de lo que pretenden defender. El tema de las prohibiciones no ha caducado. Cuando empecé a trabajar sobre la lectura hace unos quince años, en Francia, en medios rurales y en barrios marginales, me impactó rápidamente el hecho de que la gente que se había convertido en lectora evocaba espontáneamente los miedos que había tenido que traspasar, las prohibiciones que existían en su medio social contra la lectura. Por ejemplo, el miedo a pasar por perezoso, pero “¿para qué sirve la lectura?”, “eso es inútil”; otro miedo era ser visto como un egoísta. En los medios sociales donde se privilegian mucho las experiencias compartidas, la lectura en la habitación propia entre comillas aún hoy en día está mal vista.
–Leer aísla, disgrega a la persona de su grupo, pero también es una actividad rodeada de un halo de misterio, ¿no?
–Claro. Me acuerdo que una vez un señor que viajaba conmigo en un avión, cuando se enteró de que yo trabajaba sobre la lectura me dijo que las mujeres que leen son egoístas (risas). Ese secreto, ese misterio de la persona que lee, también hace que uno se vuelva lector. La mayoría de la gente que es lectora siempre evoca escenas iniciáticas: la madre, la abuela o el padre que le cuenta historias al niño o que le lee en voz alta. Pero también hay otra escena, donde los padres o los abuelos no le leen al niño, pero ellos leen, y el niño los observa y está fascinado. ¿Dónde están? ¿Qué es lo que hay en ese libro? A veces uno se convierte en lector porque quiere encontrar el secreto o misterio que tiene el libro. Y cuando no es en la familia, puede ser a través de un mediador, si se trata de un docente o un bibliotecario que tiene una incidencia fuerte en el niño.
–Usted se opone a la expresión “construcción del lector”, en la que se explicita la idea de que el lector se puede “fabricar”. ¿A qué atribuye la generalización de esta idea?
–La verdad que la expresión “construcción del lector” la descubrí en América latina, en México, Colombia y la Argentina. Me parece una idea de lo más ingenua; cada vez que la escucho pienso en la imagen de Frankestein, “vamos a construir un lector”. Es curioso porque se trata de una posición omnipotente: “Nosotros tenemos el poder de construir lectores”. Cuando empecé a trabajar con la lectura, mi primera referencia teórica fue Michel de Certeau, un investigador atípico que amaba mucho a América latina. A él le interesaba lo que pasaba del lado del lector, lo que el lector creaba. Lo que me interesó siempre fue situarme del lado del lector, estando atenta a sus maneras propias de construir sentido con lo que encontraba en los libros, de construirse a sí mismo con palabras o historias robadas de acá o de allá. Y digo robadas porque De Certeau decía que la lectura era una “caza furtiva”. La cultura se hurta, se roba; es la única manera de que funcione. Lo difícil, pero lo interesante para el mediador, es que pueda contagiar las ganas de apropiarse, de robar. Lo que podemos hacer es multiplicar las oportunidades del encuentro con personas que no repitan el imperativo “hay que leer” sino que tengan una actitud mucho más sutil frente a la lectura.
Ampliando este rechazo a la “construcción de lectores”, en uno de los ensayos de Lecturas... Petit sugiere por qué la lectura no es compatible con la idea de promoción. “¿Se le ocurriría a alguien promover el amor, por ejemplo? ¿Y encargar el tema a las empresas o a los Estados? –se pregunta la antropóloga en ‘Los lectores no dejan de sorprendernos’–. Sin embargo, eso existe. En Singapur, donde realicé investigaciones hace unos quince años, el Estado fletaba barcos del amor y los ejecutivos de empresas, solteros de ambos sexos, eran insistentemente alentados a embarcarse en esos cruceros. Me parece que éste sería un buen método para fabricar todo un pueblo de frígidos.”
–Algunos afirman que la lectura es un placer, una actividad lúdica; otros plantean que decir que la lectura es un juego es engañoso, además de frustrante, porque oculta que detrás de todo placer hay una dificultad. ¿Cuál es su posición ante estos discursos?
–El discurso del placer surgió siguiendo a Daniel Pennac, que había escrito su libro, Como una novela, en reacción a un discurso que hacía de la lectura una faena austera. Por favor, si no hay un gozo, una alegría, un placer, entonces para qué leemos. Aunque él lo planteaba de una manera más compleja, quienes retomaron esta idea la redujeron solamente al “placer de leer”. A una persona que ha crecido en un medio alejado de la cultura escrita y que le cuesta leer, si se le dice que leer es un placer, pero él no lo siente, se lo está excluyendo aún más. Es un poco complicado el tema del placer. Aprendí mucho de los propios lectores que entrevisté en medios rurales, en barrios marginales o en contextos difíciles de violencia. Esa gente no habla tanto del placer de leer. Lo que más me impactó es que evocan de qué manera la lectura les había permitido construir un poco de sentido a su experiencia humana. En Colombia, estuve con chicos que han padecido la violencia y han vivido cosas atroces; han visto morir a amigos y tienen un caparazón durísimo, heridas terribles producto del terror. Muchos ni siquiera pueden hablar. Pero de pronto se encontraban en espacios de lecturas y narración oral de historias típicas de Colombia y empezaban a recordar. Y hacían un relato de la propia vida que antes no habían podido desencadenar. La lectura reactiva el pensamiento en contextos difíciles. No vamos a pecar de ingenuos, tampoco lo soluciona todo, pero demuestra la importancia que tiene la lectura en la construcción o reconstrucción de uno mismo. Esta es la dimensión que más me interesa de la lectura, de la que menos se ha hablado, y no tanto la mera visión de la lectura como placer o distracción. Para los chicos colombianos no es una mera distracción sino que la lectura les permite integrar a su memoria sus propias historias.
–¿La palabra placer estaría asociada a un léxico típico de las clases medias?
–No. La experiencia de la lectura no es diferente de un medio social a otro. Los seres humanos estamos siempre en busca de ecos exteriores, de decir la experiencia, un duelo o estar enamorado, que no son experiencias fáciles de poner en palabras. No es por casualidad que todas las sociedades han tenido escritores, poetas, psicoanalistas, que observan la experiencia humana y que tratan de escribirla de manera condensada y estética. Todos estamos en busca de un eco de lo que pasa en nosotros.
–¿Qué opina de los discursos catastrofistas que advierten que cada vez se lee menos cuando cada vez se publican más libros en el mundo?
–Los escritores parece que temen quedarse sin clientela (risas). A esta feria viene un millón de personas, siete veces más que en la Feria del Libro de Francia, a la que van unas 160 mil personas. Acá viene gente de sectores populares, no como en Francia que es sólo para las clases medias escolarizadas. Yo no comparto ese discurso catastrofista porque tiene un efecto contraproducente y la realidad es mucho más compleja.
–¿Por qué se deposita en el libro una suerte de “utopía de la salvación”, como si leer inmunizara de todos los males, aun cuando no impidió el nazismo en Alemania ni la dictadura militar en la Argentina?
–La lectura no va a solucionar los problemas del mundo. No forzosamente construye gente crítica, con distanciamiento. Pero el que no puede apropiarse de la cultura escrita está más marginado de la sociedad. La lectura no te garantiza nada, pero si no tienes ese derecho estás más excluido porque vivimos en una sociedad donde se cambia rápidamente de trabajo y hay que estar permanentemente capacitándose. La lectura tampoco garantiza una ciudadanía activa, pero si no leés tenés mucho menos voz y voto en los espacios públicos. La lectura te permite transitar pasarelas, generar caminitos con sutileza, inventar mediaciones que facilitan la apropiación de la cultura escrita.
–En Del Pato Donald a Thomas Bernhard. Autobiografía de una lectora nacida en París en los años de posguerra confiesa que la escritura fue algo prohibido para usted, que era el privilegio de su madre, que tocarla “era como robarle sus vestidos”. ¿En su próxima visita entrevistaremos, finalmente, a Michèle Petit novelista?
–(Se ríe a carcajadas) Escribí una mala novela, que gracias a Dios no fue publicada, para repararme de una pena de amor. Escribo, es cierto, pero nunca se sabe qué puede pasar.

viernes, 1 de mayo de 2009

Mosquitos y cerdos

El que sigue es TEXTO COMPLEMENTARIO NO OBLIGATORIO para el curso anual 2009 de "Comunicación y Crítica".


Hemos visto que Saussure y Peirce fueron contemporáneos y fundaron definiciones de signo desde dos perspectivas o Escuelas muy distintas.
Una conjetura que explicaría esta “casualidad” se basa en que hacia finales del siglo XIX y principios del XX, la ciencia (en estos casos: estructuralista y pragmaticista, pero positivista en general) buscaba afanosamente unidades mínimas de interpretación que dieran fundamento a “la búsqueda de la verdad”.
Un caso paradigmático es “El átomo de Bohr”.
Reproducido durante décadas en los textos escolares, básicamente, consiste en representar una molécula con un núcleo central (positivo, habitado por protones y neutrones) y uno o muchos más electrones (negativos) girando concéntricos a su alrededor. “El átomo de Bohr” era una explicación satisfactoria no sólo porque explicaba la constitución de las moléculas y sus posibilidades de unión o intercambio de electrones; también lo era porque representaba una forma de lo mínimo que reproducía en escala una forma de lo máximo: el Universo. “El átomo de Bohr” fue (y sigue siendo en estudios muy elementales) una excelente metáfora de la constitución de la materia.
Otro tanto ocurrió en la medicina. De los estudios del cuerpo como conjunto de órganos y funciones que podía ser curado a través de la extirpación o mutilación, se llegó al estudio de la unidad mínima de interpretación de la constitución orgánica: la célula.
Desde mediados del siglo XX se desarrollaron importantes estudios y tratamientos basados en lo que se conoce bajo el nombre de “medicina nuclear”. En este caso, el núcleo es el centro de una célula que tiene otras dos zonas bien diferenciadas: el citoplasma y el protoplasma.
Ahora bien, hace unos años, el núcleo de la medicina ya no es el celular sino el molecular. Justamente, a esta especialidad se la denomina “medicina molecular”. Los avances en los campos de la cibernética y la neurobiología han constituido una “nueva” unidad de sentido de lo orgánico basada en la molécula como agente de información: el muy difundido ADN. Algo de esto menciono en 2001 en el capítulo Posmoda de DISEÑO.COM:

(… ) En principio (la época actual) la podríamos formular en los términos de la era de la información: ya no somos individuos singulares: somos datos, una fórmula de ADN. La manipulación genérica abona este supuesto. Las noticias sobre la ovejita Dolly, un par de chimpancés clonados, el reciente debate por las patentes de la fórmula del genoma humano inquietan y llaman a reflexiones sobre este punto. La clonación tendría así importancia más allá del debate científico de las experiencias de manipulación genética. Se trata de un cambio singular, cualitativo. Pasadas, superadas, las tres heridas narcisísticas o discontinuidades
(no ser el “centro” del universo, no ser tan “distintos” de los animales, no ser los “dueños” de nuestra conciencia) nos quedaba el hecho de ser individuos orgánicamente específicos, irrepetibles. (…) El clon es un idéntico a nivel molecular; es la información genética que se repite en otro ser: la gemelidad es absoluta. Pero, sólo en el nivel biológico. Lo humano es, por suerte, del orden de lo inefable. (…)

Hay más, pero si lo agregamos ahora nos vamos del tema.

Para la medicina nuclear los procedimientos de curación se basan en introducir en el organismo unidades de información que modifiquen o sustituyan la información “errónea”: verdaderas máquinas moleculares que actúan como un agente de espionaje cambiando una información falsa por una verdadera.
El caso es que esta “nueva” percepción del cuerpo y de su tratamiento produce otras categorías sobre la salud cuya principal amenaza es la proliferación de otros “agentes del mal”: los virus.



Virus y bacterias

Precisemos la diferencia entre virus y bacteria según el diccionario:

BACTERIA. (Etimológicamente del griego: bastón). Microorganismo unicelular procarionte, cuyas diversas especies producen las fermentaciones, enfermedades o putrefacción en los seres vivos o en las materias orgánicas.

Bueno,
PROCARIONTE. (Etimológicamente del latín: proceder). Dicho de un organismo cuyo ácido desoxirribonucleico no está confinado en el interior del núcleo, sino extendido en el citoplasma.

Ahora sí:
VIRUS. (Del latín: virus). 1. Organismo de estructura muy sencilla, compuesto de proteínas y ácidos nucleicos y capaz de reproducirse sólo en el seno de células vivas específicas, utilizando su metabolismo. 2. Programa introducido subrepticiamente en el programa de un ordenador que, al activarse, destruye parcial o totalmente la información almacenada.

Como vemos, la bacteria es un microorganismo y el virus es un organismo de estructura “muy sencilla” que contiene una variedad de ácidos nucleicos y, además, proteínas. Las bacterias se desparraman por el citoplasma y los virus alteran el metabolismo en el interior de células vivas.
El Diccionario incluye el virus informático como segunda acepción. Este virus es letal para la PC pero no para los seres humanos (exceptuando grados de neurosis que serían noticia para Crónica TV). La lógica de transmisión, reproducción y agresión del virus informático es similar a la de los virus orgánicos. Esto es cierto suponiendo que el lenguaje básico de las computadoras se comporta “como”, o “es”, un metabolismo. De cualquier manera, la metáfora “virus informático” resulta explicativa.
Todos estamos expuestos (algunos más, otros menos) a bacterias y virus de la más diversa índole. En el extremo de una diferenciación clasista, podríamos formular: “dime cuáles son las bacterias o los virus que te amenazan o padeces más frecuentemente y te diré a cuál sector sociocultural perteneces”.
Uno de los virus más conocidos es el HIV (acrónimo de Inmuno Deficiencia Humana, ligeramente distinto de su versión SIDA, acrónimo de Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida). Ambas siglas no representan exactamente lo mismo: se distinguen entre “lo humano” y “adquirida”. El HIV puede alojarse en un ser humano durante muchos años (o toda la vida) sin presentar síntomas, mientras que el SIDA es su manifestación clínica.
Algunos teóricos y epistemólogos de las ciencias de la salud sostienen que “el contagio” como tal (es decir, como patología) no existe: lo que sí existen son casos de contagio. Estos científicos argumentan que el HIV ha existido en estado larvado con muy pocas manifestaciones de SIDA durante muchos años; lo que ocurrió fue que se presentaba en casos muy aislados que no eran diagnosticados como HIV sino como cáncer o cualquier otra enfermedad que se produjera a partir de la disminución de las defensas del organismo.
Siguiendo esta línea de pensamiento, digamos que existen personas contagiantes y personas contagiosas. Este razonamiento no justifica acatar las órdenes de Wojtila y Ratzinger: debido a que una de las formas de transmisión de HIV es sexual, conviene usar preservativos en las relaciones ocasionales. Tanto Wojtila como Ratzinger se encuentran más preocupados por las formas de transmisión del amor sexual que por los virus. No han faltado exégetas como Mariano Grondona que avanzaron sobre una hipótesis según la cual el HIV era un mensaje divino contra la promiscuidad (la sexual, obvio).
En las últimas semanas se han difundido otros dos virus: el que se transmite a través del mosquito en su variedad “Dengue” y el de la “Gripe porcina”.
Del primero, todos conocemos su aspecto: en las campañas de prevención aparecen en televisión y portales de Internet algunos dibujos de la anatomía del mosquito Dengue. Es un mosquito de buen diseño que tiene la propiedad de no sólo transportar el virus sino de metabolizarlo y transformarlo en otras variedades.
Según las notas periodísticas (que son la divulgación de la divulgación de la divulgación de los artículos científicos, mezcladas con opiniones de los comunicadores de la salud y las opiniones apresuradas de columnistas y noteros), la cosa es más o menos así:
El Dengue se desarrolla en lugares húmedos y cálidos. Cuando los casos de contagio se presentan en las proximidades del lugar de generación, se dice que se trata de casos “autóctonos”. El mosquito no viaja. Los que viajan son las personas infectadas, produciendo nuevos casos a cientos o miles de kilómetros de los originales. Todo se complica un poco más porque, a veces, las personas infectadas llegan a lugares donde residen casos autóctonos.
La prolongación de la etapa estival y el consecuente acortamiento del invierno agravan la situación. No se trata, exactamente, de que los mosquitos “se mueren en invierno”. Su reproducción es de grado exponencial en etapas y zonas cálidas. Cuando “llega el frío” las hembras viven 10 días en lugar de 30 (la vida media decrece a un tercio, digo, para tomar dimensión). Por lo tanto, la velocidad de reproducción decrece vertiginosamente. Pero subsisten las larvas que contienen el virus modificado que, cuando nazcan y se reproduzcan, producirán variedades del original. Si sumamos la ausencia de prevención, la falta de campañas de fumigación y las formas de reproducción del virus, la ministra Ocaña tiene razón: “el Dengue llegó para quedarse”.
Vimos que el virus informático es una metáfora del virus orgánico; podremos entonces proceder al revés y explicar la difusión del virus del Dengue como un caso de conectividad biológica.
Pero, además, convendría trazar un mapa que representara los casos de generación, enfermedad, muertes, nomadismo, zonas de riesgo de contagio, etc. y superponerlo con otros mapas que representaran bolsones de pobreza y la ausencia de sanitarios, redes cloacales y agua corriente. Surgirían otras formas de los países y de la región. Eso que se llama “La Argentina profunda” se transformaría en una Argentina visible, cercana, al nivel del piso.
Siguiendo la difusión periodística, el metabolismo del chancho ha sido apropiado para alojar y transmutar el virus de la gripe común y el de la gripe aviar generando su variedad original.

“No voy en tren, voy en avión”

El virus de la Gripe Porcina tiene otro estatus. Se lo denomina Virus A, H1N1 o, simplemente, “influenza”. Existe una discusión acerca de si se originó en México o en Estados Unidos: hay cerca de 300 casos en México, pero el primer caso fatal ocurrió en California. Lo cierto es que se presentaron muchos casos en ambos países, en Canadá, Francia, Noruega y, ahora un caso en Hong Kong por un turista que lo llevó..
Mientras el virus del dengue viaja en ómnibus (de esos que “paran en todos los pueblos”) o en el tren Urquiza, el de la gripe porcina lo hace en automóvil o en avión. Es otro caso de conectividad, de mayor velocidad y menor caudal: un virus del Primer Mundo.
En nuestro país (al momento de esta nota), se difundió la noticia de 10 casos de los cuales, al día siguiente, se desmintieron 9, por tratarse de gripe común (también grave en algunos situaciones sociales) y de gastroenteritis.
Su transmisión se produce por vía oral a través de las microgotas de saliva que flotan en el aliento. De ahí, la moda y el diseño de barbijos.

“No necesito a nadie, a nadie alrededor”

En Página/12, Sandra Russo publicó una nota que se titula “Bésame poco”. Se refiere a un tema que veremos en la segunda parte del curso: los dispositivos de control del cuerpo y la sexualidad como mecanismos del poder.
Si el HIV hizo del prójimo alguien sexualmente desconfiable, la Gripe Porcina, agrega, la desconfianza del beso. Lo que importa aquí es una forma de control social que, basada en el miedo al prójimo entre variedades del delito y los vínculos amorosos, abona la inseguridad y el retraimiento al individualismo: el Otro, “cuando no me roba y me mata, me contagia”.

Con los temas que vimos hasta ahora en el curso podemos pensar el “dengue” y “los cerdos” como producción de subjetividades que condensan discursos sobre la distribución de la riqueza, la salud, el miedo, la vida y la muerte.
Cuidate.