domingo, 16 de diciembre de 2007

Ejercicio de identidad

Casi siempre, la aplicación del concepto de identidad es problemático; se cae con cierta facilidad en estereotipos que nada agregan a nuestros prejuicios.
A principios de los años 90 -cuando era profesor de semiología en la Universidad de Palermo- recurría a un ejercicio sencillo para dar cuenta de las características identitarias de algún grupo social, alguna zona o cualquier otro recorte de campo.
Se trataba de organizar un paradigma con palabras (significantes) que fueran representativos o, simplemente pertenecientes al campo a tratar.
Así, produjimos ejercicios sobre temas tan dispares como nombres de caballos de carrera, nombres de los veleros amarrados al Puerto de Olivos, nombres de las casas del Delta en Tigre, sobrenombres, palabras características de cualquier jerga profesional o actividad, y varios más.
En principio la metodología requiere contar con un número suficiente de signos que construyan un corpus representativo; no tan grande que resulte inabordable. La elección de esos términos supone entonces la combinación entre una mirada descriptiva amplia y otra mirada peculiar. En principio, un buen corpus no garantiza una conclusión interesante pero es imprescindible para un abordaje más o menos productivo.
El segundo paso consiste en diseñar dos columnas paralelas a esos elementos según el sentido denotado (explícito) y el sentido connotado (implícito) de cada uno de los términos.
Teniendo en cuenta que la connotación es siempre cultural, se puede pasar al tercer paso que consiste en la redacción de un relato breve a partir de cada columna o -mejor aún- un relato que “mezcle” términos del sentido denotado y del sentido connotado.
El 12 de diciembre el diario LA NACIÓN publicó una nota de color titulada “La Argentina, país con 50 capitales nacionales”. El texto mantiene un tono irónico (como si Argentina fuera el único país que mantiene esta práctica, cuando en realidad ocurre en todo el mundo) con algunos sarcasmos para los casos más curiosos. Es cierto que abundan impresiones muy localistas y algunos exotismos e improvisaciones. También es posible que el sentido de la nota haya sido dar cuenta que los legisladores nacionales y provinciales “no tienen otra cosa que hacer”. Pero, en cualquier análisis conviene suspender por un rato los preconceptos y abocarse a la tarea.
La nota comienza así:

“La Argentina es un país con 50 capitales nacionales. Algo extraño, pero cierto. La ciudad de Buenos Aires puede jactarse de ser el centro administrativo del país, pero La Plata, por ejemplo, posee el derecho de presentarse como la Capital Nacional del Muñeco de Fin de Año. Y, en Gancedo, Chaco, sus habitantes pueden sentirse orgullosos, pues su ciudad es la capital nacional nada menos que del Meteorito.” “Sea lo que sea que signifique, existen en el país capitales nacionales de casi cualquier tema: alimentos -los salames "ranquean" alto-, actividad intelectual o deportiva, portento natural o expresión cultural.”
“Como La Plata con los muñecos de fin de año (que confeccionan los estudiantes y luego prenden fuego) hay de todo y para todos: la Capital Nacional de la Escultura en Nieve (Ushuaia), del Salame Casero (Oncativo, Córdoba), del Ajo (Médanos, Bs. As.), de la Flor (Escobar, Bs. As.); de la Pachamama (Jujuy), de la Educación Pública (San Francisco del Monte de Oro, San Luis), del Algodón (Roque Sáenz Peña, Chaco), y así una lista enorme.”

Otros ejemplos fueron Esquel (Chubut): Capital Nacional de la Pesca con Mosca y Piqún Leufú (Neuquén): Capital Nacional del Viento.
Bueno, en total son 50. Si quiere hacer el ejercicio
para este caso, búsquelas y cumpla los pasos del 1 al 3.

Los mitos de la cultura industrial

NOTA PUBLICADA EN EL Nº 201 (NOV-07) DE LA REVISTA GALAXIA DE LA ASOCIACIÓN ARGENTINA DE QUÍMICOS Y COLORISTAS TEXTILES.

Cualquier situación cultural tiene sus mitos; nuestra especialidad, en nuestro sector, también. El propósito de la conferencia[1] será revisar los mitos implícitos en los discursos cotidianos. Para eso, abordaremos el tema desde dos puntos partes: primero expondré una breve introducción teórica a fin de organizar una clasificación que nos servirá -en la segunda parte- para reflexionar sobre “nuestros” mitos con la participación de los asistentes.
Como en una especie de cofradía cuyos miembros nos reconocemos con algún gesto débilmente codificado (pero muy eficaz) los que trabajamos en la industria decimos: “la industria educa”. El término industria va más allá de la actividad que se desarrolla en las fábricas: se trata de un conjunto de valores y supuestos –como la producción, el alcance de objetivos, los parámetros de calidad, entre otros- que se trasladan a cualquier campo o actividad. Por educación, también quiero expresar algo más que el sistema de enseñanza formal que podríamos sintetizar como instrucción. Sarmiento –por la educación- y Alberdi –por la instrucción- protagonizaron hace casi 150 años un buen debate sobre las implicancias de estas dos acepciones.
Si juntamos ahora las dos acepciones de industria y educar nos quedará como resultado la cultura industrial. Digo que “nos quedará como resultado” recurriendo a la subjetividad de una operación aritmética. Bien, este modo de metaforizar que supone la unión de dos términos como un cálculo, también forma parte de la cultura industrial.
Hace un tiempo esta charla estaba dirigida hacia el ámbito del diseño. En Casos de comunicación y cosas de diseño
[2] este tema figura bajo el subtítulo “La cultura industrial y sus mitos”. En ese caso, su finalidad era dar cuenta de un criterio industrial que no se encuentra presente en las especialidades de Diseño de Indumentaria o Diseño Textil ni, tampoco, en Diseño Industrial. En general, se interpreta la industrialización como una forma de producir objetos, sin más. Así, los límites entre la producción industrial, la producción artesanal y la producción doméstica, resultan imprecisos.
Un aspecto importante de este problema se basa en la dificultad que se presenta al transmitir aquello que es del orden del criterio. Un criterio no es un decálogo ni una nomenclatura; en fin, no hay manuales de criterio. Cualquier criterio es una configuración cultural que se asimila como una construcción de la relación entre teoría y práctica. Un criterio es un sistema de códigos explícitos e implícitos que se constituyen en los discursos cotidianos.
En nuestro ambiente industrial no hará falta explicitar su criterio, pero es posible revisar la lógica subyacente en las conversaciones, las relaciones interpersonales, las técnicas, los procedimientos; en todo aquello que constituye nuestra identidad.
En las ciencias sociales nos ocupamos de temas que son del orden de la subjetividad. Si bien es cierto que muchas veces se confunden la subjetividad del tema con la subjetividad personal de su abordaje, es factible recurrir a cierta metodología que “alejan” el objeto de estudio de nuestras impresiones. Es probable que la “objetividad” resulte imposible, pero se podrá sostener cierta ética de la subjetividad haciendo explícitos nuestros supuestos.
Por lo tanto, podremos revisar el criterio industrial a partir del sistema mítico que supone. Con ese objetivo, resulta útil compartir cierta reflexión a partir de la teoría expuesta por Roland Barthes en su texto Mitologías
3.
Simplemente, señalo la concepción de mito como sistema de creencias y, fundamentalmente, como metalenguaje. Como el prefijo meta lo indica, se trata de un segundo lenguaje que se intercala en el discurso social.
Pedirle objetividad al mito es una necedad. El mito no es una verdad pero tampoco es una falacia: actúa y es eficaz como verosímil. Aquí debemos distinguir entre el discurso verídico y el discurso verosímil. El primero es aquel que se refiere a la “verdad”. Sin más, es el discurso de una certeza. El discurso verosímil, por su parte, es un discurso del discurso de la verdad: un segundo discurso. De hecho, lo verosímil no es una mentira; en todo caso, supone la lógica del cuento. En nuestros discursos cotidianos nos referimos a hechos o personas a través de narraciones o relatos que se constituyen como un segundo discurso sobre un discurso primero que no es otra cosa que el hecho o la persona en sí.
Entonces, hasta aquí tenemos un discurso primero –si se prefiere- más “objetivo” y un segundo discurso, desplazado del anterior (el metadiscurso).
El segundo discurso toma como su expresión al primer discurso objeto. Su contenido queda “desarticulado”, pero no es “cualquier cosa” dado que su expresión responde al primer discurso. El contenido del segundo discurso –o metalenguaje- se relaciona con el discurso objeto. Ese contenido o concepto del segundo discurso es el contenido o concepto mítico.
Tomemos un ejemplo frecuente: Maradona es un mito. El discurso objeto estará formada por la expresión MARADONA y su contenido JUGADOR DE FUTBOL.
Esa expresión junto a ese contenido pasarán a formar parte de la expresión del segundo discurso MARADONA – JUGADOR DE FUTBOL y el contenido de este segundo discurso puede ser: “LA MANO DE DIOS”. El contenido del segundo discurso pudo ser “EL MEJOR DE LA HISTORIA”. Como vemos, estos contenidos son varios, pero no son arbitrarios. Probemos aplicarlo a un jugador cualquiera y veremos que el mito no funciona. Nos encontramos frente a una relación mítica entre el concepto “LA MANO DE DIOS” y el discurso objeto MARADONA.
La misma operación podríamos realizarla con cualquier mito que reconozcamos como ídolo: Carlos Gardel, Frank Sinatra, etc. Para el primero, el contenido mítico puede ser “CADA DÍA CANTA MEJOR”, para el segundo “LA VOZ”.
Estos casos se pueden extender a cualquier persona, situación, hecho, producto o empresa. Siempre nos referiremos con apodos, relatos, eslóganes, supuestos. Nuestra conversación cotidiana se instituye a partir de estos metadiscursos.
Tenemos hasta ahora el esquema de un sistema mítico. Los mitos son la manera de relatar el mundo, las cuestiones personales y profesionales. Como decía, cualquier configuración cultural puede ser analizada a partir de sus mitos.
Veremos a continuación una clasificación que hizo Barthes con las diversas Figuras del Mito que pueden presentase. Luego, las aplicaremos a nuestros discursos.


1. La vacuna.
“inyectar” un mal menor para evitar un mal mayor

2. La privación de historia.
justificar como “espontáneo” lo que es histórico

3. La cuantificación de la cualidad.
dar argumentos de cantidad por argumentos de calidad

4. El ninismo.
dar argumentos de cantidad por argumentos de calidad

5. La identificación.
expresar lo distinto como exótico

6. La verificación.
recurso de autoridad en el “buen sentido”

7. La tautología.
recurso de autoridad sin explicación

Hará falta cierta contextualización: para recorre los mitos me valdré de la síntesis que procura la experiencia.
El mito es siempre paradojal con respecto a la historia. Define una época y tiene fecha imprecisa de vencimiento. Por eso, revisar los “mitos históricos” conlleva el riesgo de explicar como mitos de hoy los mitos de ayer. Pero, si encontramos las subjetividades culturales de la producción mítica veremos que los mitos se actualizan. No habrá que pensar que “ahora ya no es así”, que el tiempo pasó y ahora hay “otras cosas”, sino cómo era antes y cómo sería ahora si esa manera de trabajar perdurara y –tal vez lo más interesante- cuántos contenidos de esos mitos aún perduran.
Pertenezco a una generación que ingresó a nuestro sector de la industria textil con una consigna: reemplazar el conocimiento empírico de la generación precedente por un “saber” técnico. El conocimiento empírico se hallaba en el operario y en los jefes que trabajaban con cierta libreta con tapa de hule: una libreta especialmente “diseñada” para llevar en un bolsillo sin que la perjudique la humedad ambiente. Los jóvenes técnicos veníamos a reemplazar recetas por fórmulas y, en esa situación, podíamos tomar tres estrategias:
La sujeción al conocimiento empírico
La descalificación del conocimiento empírico.
El intercambio entre conocimiento empírico y conocimiento técnico.

Señalaré algunos mitos que recuerdo, aunque lo más interesante sería que aporte los suyos. Ahí vamos:

La vacuna
“Hacer para hacer más.”
“Decime que quemaste 1.000 metros de tela pero no que no la pudiste hacer.”

La privación de historia
“Aquí, siempre lo hicimos así.”

La cuantificación de la cualidad
“Hacer más.”
“Hacer mejor.”
“Esta es la tintorería industrial para terceros más grande de Sudamérica.”
P: ¿Cómo anduvo la máquina? R: Hizo 200 kilos.
P: ¿Cuánto produjo la máquina? R. Anduvo muy bien.

La identificación
“Si no lo hacemos nosotros no lo hace nadie.”
“Si CO.F.I.A. hubiera sido Müller, Müller no hubiera existido.”
“Aquí, hay que ponerse la camiseta.”

El ninismo
“Las verticales tiñen dos colores en una sola tela.”

La verificación
El que sabe, sabe; y el que no sabe es jefe.
“Preguntale a Ochipinti”.

Tautología
El reloj del jefe atrasa.
“Es así porque lo digo yo.”

Como ve, algunos son específicos del “área húmeda” (otro mito) y otro no; algunos serán reconocibles y otros nos. También hubiera sido factible mencionar los mismos refranes, calificaciones y apodos sin recurrir a la teoría. Pero, ahora, con esta clasificación tenemos un “mundo” para analizar las subjetividades subyacentes en cada caso.
Como decía antes, los mitos no son mentiras; se constituyen en la configuración de una cultura. Como dice Roland Barthes: “El mito domestica la realidad”. Y si no: “Preguntale a Ochipinti”.


[1] Este texto ha sido reelaborado a partir de la conferencia realizada el lunes 25 de junio de 2007 en la sede de la A.A.Q.C.T. En su Secretaría se encuentra disponible una copia video en CD de la misma.

[2] Sexe, Néstor, Casos de comunicación y cosas de diseño, Editorial Paidós.

3 Barthes, Roland, Mitologías, Editorial Siglo XXI.